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El censo romano

Tres textos distintos, de Cicerón, Livio y Dionisio de Halicarnaso, describen, en términos elogiosos, la jerarquización del cuerpo ciudadano, establecida por Servio Tulio, el sexto rey de Roma. Este rey, al parecer, distribuyó a la población en cinco clases en función del patrimonio y atribuyó a cada clase un número determinado de centurias (unidad de infantería del ejército romano que constaba de 80 hombres), del modo siguiente (ateniéndosnos a la disposición de Livio, de la que discrepa Dionisio en varios puntos concretos):
  • 1ª clase: patrimonio mínimo, 100.000 ases. Le corresponden 80 centurias (40 de iuniores y 40 se seniores). Se añaden a ellas 2 centurias más de artesanos.
  • 2ª clase: 75.000 ases. 20 centurias (10 de i. y 10 de s.).
  • 3ª clase: 50.000 ases. 20 centurias (10 + 10)
  • 4ª clase: 25.000 ases. 20 centurias (10 + 10)
  • 5ª clase: 11.000 ases (Dionisio da 12.500 ases). 30 centurias (15 + 15)
Se añaden dos centurias (3 según los códices, corregidos por los eruditos para hacer coincidir los números con los que da Dionisio), de músicos (tocadores de cuerno y trompeteros).
Quienes tienen un patrimonio inferior a 11.000 ases se agrupan en una única centuria. Se les denomina proletarii o bien capite censi. A todo ello se le añaden las 18 centurias de equites, con los que obtenemos una cifra final de 193 centurias (194 si no aceptamos la enmienda de los códices). Este esquema es escrito seis siglos más tarde.

Livio (1, 43, 1-9):
Con aquellos que tenían un censo de cien mil ases o más [Servio Tulio] reunió ochenta centurias -cuarenta de mayores y otras tantas de jóvenes- denominadas todas “primera clase”; los mayores para que se preparasen a defender la ciudad, los jóvenes para que hicieran la guerra en el exterior. Sus armas obligatorias eran el casco, escudo redondo (clipeus), grebas, coraza, todas de bronce, para proteger su cuerpo, y para atacar al enemigo, lanza y espada. Se añadieron a esta clase dos centurias de artesanos, que servían sin armas, encargados de transportar máquinas de guerra. La segunda clase se estableció entre los cien mil y los ochenta y cinco mil de censo, y con ellos, mayores y jóvenes, se reunieron veinte centurias. Armas obligatorias, el escudo largo (scutum) en lugar del redondo (clipeus), y salvo en que no tenían coraza, igual en todo lo demás. La tercera clase la fijó hasta los cincuenta mil de censo, con igual número de centurias y separación de edades. Tampoco cambió mucho las armas, sólo les quitó las jambas -tipo de armadura para las piernas, del francés jambe-. La cuarta clase, hasta veinticinco mil de censo, con el mismo número de centurias, pero distintas armas: sólo les dió lanza y venablo. La quinta clase era mayor, reunía treinta centurias, que llevaban consigo hondas en dos centurias; estableció en once mil el censo de esta clase. Quienes tenían menos de esta última cifra, el resto de la multitud, la reunió en una sola centuria, exenta de servicio militar. Una vez armada y distribuida de este modo la infantería, anotó doce centurias de caballería, de entre los primeros de la ciudadanía. Añadió otras seis centurias, a partir de las tres instituidas por Rómulo, consevando los mismos nombres con los que habían sido creadas.

Lo primero que hay que decir es que este esquema no puede reflejar la situación existente a mediados del siglo VI a.C. El propio Livio dirá más adelante que los romanos comenzaron a utilizar el escudo largo, abandonando el redondo, debido a las modificaciones provocadas por la reforma del ejército que introdujo los manípulos (compuesta por dos centurias), de fecha dudosa, pero no anterior a fines del siglo VI a.C. (Livio 8,8,3).
La distribución en clases se apoya sobre el as sextantal introducido a finales del siglo III a.C., cuando, como consecuendia de la devaluación, el as pasó a valer, no una libra romana, sino dos onzas de libra (un sextante) y diez ases equivalían a un denario. Como Dionisio de Halicarnaso da las cifras correspondientes en moneda griega (en minas) sobre la base de 1 dracma=1 denario, se infiere en que su versión de la reforma serviana, coincide con la de Livio, emplea el as sextental como medida de cálculo. Sin duda cabe pensar que Dionisio se equivocó al echar cuentas y pasar del sistema romano al griego. Además el sistema no es exclusivamente militar, sino que está orientado a distribuir de manera proporcional las cargas, tanto militares como tributarias, y los votos en la asamblea por centurias: ningún sentido tendría, en caso contrario, asignar un cierto número de centurias a los mayores (seniores) o a quienes están exentos del servicio militar. Esto revela que las centurias son unidades de voto y, por lo tanto, corresponden a un momento posterior.

El sistema vigente en la Roma del siglo VI tuvo que ser mucho más simple, tal y como parece indicarlo un texto de Aulo Gelio (Noches áticas 6,13):
Se llamaban classici no todos los que estaban en las cinco clases sino sólo los hombres de la primera clase, los que tenían un valor censitario superior a los ciento veinticinco mil ases. Se llamaban infra classem los de las segunda clase y todos los restantes, que se censaban por un valor inferior a la suma que he dicho.

Lo que nos interesa ahora es establecer la situación vigente en los siglos II y I a.C, algo sobre lo que estamos pesimamente informados. El siguiente esquema no es válido para el siglo VI a.C, pero tampoco para el momento que escribieron nuestros informadores.
Sabemos que se estableció un vínculo entre las centurias y las treinta y cinco tribus territoriales (que se suele datar entre las dos guerras púnicas, o en otros casos en el 179 a.C), la última de las cuales fue creada en el 241 a.C. Basándose en un pasaje de Livio, un monje del siglo XVI, Ottaviano Pantagato, de Brescia, concluyó que en cada clase había 70 centurias, a razón de dos por tribu (una de seniores y otra de iuniores). El total de centurias sería, en tal caso, 373 = 5 clases x 70 centurias + 18 centurias ecuestres + 5 sin armas. [2 centurias x 35 tribus 70 centurias x 5 clases +18 + 5 373]. El descubrimiento en el siglo XIX del palimpsesto en el que se contenía De re publica de Cicerón hizo inviable, en principio, la propuesta de Pantagato:
“(...) veis que (…) las centurias de equites junto con los sex suffragia y la primera clase, si les añadimos la centuria de carpinteros tan necesarios para la ciudad, suman 89 centurias: basta que ellas se añadan otra 8 de las 104 restantes para que se alcance la mayoría” (2,22,39).
Se sigue necesariamente de aquí que el número de centurias era 193, no 373, y que la primera clase contaba con 70.

Para resolver este problema Mommsen propuso una versión modificada del esquema de Pantagato: el número hipotético de centurías sería 373, pero a la hora de votar, las de las clases II-V se agrupaban, de una forma que desconocemos, en sólo 100 centurias, que sumadas a las 70 de la primera clase más las 18 ecuestres y las 5 sin armas arrojan un total de 193. Esta teoría no fue muy bien acogida en su momento, hasta que en 1946 con el descubrimiento de la tabula Hebana, en Italia, del año 19 a.C., se mostró que en ella, los senadores y equites de 33 tribus se distribuyeron para votar en 15 centurias, agrupándose de dos en dos o de tres en tres.


Tras este análisis, sólo queda clara una cosa: no conocemos cual era la división en clases y centurias en los siglos II-I a.C. Podemos decir que el número total era 193, que las tribus y las centurias estaban relacionadas y que las únicas cifras conocidas son las de la primera clase (70) y las ecuestres (18). Y lo que es más grave, ignoramos cuales eran los límites patrimoniales que separan las distintas clases, porque las cifras dadas por Livio, Cicerón y Dionisio son expresadas en ases y no pueden corresponder de modo alguno a la realidad de finales de la República.


Ahora veremos, como mediante el censo se conforma el sistema político romano. El criterio para efectuar el reparto de los cargos en Roma era la riqueza. Conforme a ella se establecían las clases y las centurias y en función de estas últimas se procedía, originariamente, a la distribuación de la carga impositiva, de la leva militar y de las magistraturas.

Livio (1,42,5):
(Servio) “estableció el censo (…), a partir del cual las cargas de la guerra y de la paz ya no se repartieron igualitariamente entre todos, como antes, sino según la riqueza”.
Luego, tras hacer una referencia a los impuestos añade (1,43,9):
“todo esto eran cargas que los pobres echaron sobre los ricos. Pero luego (Servio) añadió los honores. No hizo como se cuenta que establecieron los reyes desde Rómulo, a saber, dar con el sufragio universal el mismo poder y los mismos derechos a todos indistintamente, sino que estableció grados, de modo que ninguno pareciera quedar excluído del voto y todo el poder estuviese en manos de los principales de la ciudad”.

Como mostró Nicolet, ese consenso básico en cuanto al reparto tanto de las cargas como de los privilegios se mostró singularmente fuerte en la época de la expansión de Roma, pero en el siglo I a.C., había desaparecido, al desplomarse dos de los tres pilares básicos sobre los que se apoyaba: el ejécito, desde la reforma de Mario, son los proletarii quienes más aportan, no la primera clase, y en cuanto al tributo, todos los ciudadanos romanos están exentos desde el 167 a.C. Habían desaparecido las cargas que pesaban especialmente sobre los más ricos, pero se mantuvieron los privilegios. De forma muy llamativa, sólo a estos últimos alude Cicerón al comentar, la forma serviana: “Hizo que los votos no estuviesen en poder de la multitud, sino de los ricos, atendiendo a algo que siempre ha de preservarse en una res publica: que lo muchos no puedan mucho” (De republica 2,22,39). Gracias a la distribución de las centurias, bastaba con los votos de la primera clase, junto con las centurias ecuestres y algunas de la segunda para obtener la mayoría. De este modo, se conseguía que los integrantes de las 96 centurias restantes “ni sean privados de voto, lo que sería tiránico, ni tengan excesivo poder, lo que sería peligroso” (2,22,39).


El censo, pues, adscribe al ciudadano su lugar en la sociedad, le asigna su parte en la distribución de las cargas y privilegios comunes. El censo se realizaba cada cinco años por los censores y se celebraba una ceremonia que terminaba con una purificación (lustrum condere) en la que se practicaba la suovertaurilia, donde se sacrificaba un cerdo, un toro y un carnero que previamente habían dado una vuelta en torno al pueblo romano (similitud con el rito que se celebraba para trazar los límites de la ciudad, el pomerium). Se realizaba en el Campo de Marte, fuera del pomerium, en un edificio llamado villa publica. Al censo tenía que acudir el pater familias que se declaraba a él, a su mujer, a sus hijos y sus bienes. Las viudas y los huérfanos iban en una lista a parte. No pagaban tributo pero estaban sujetos al pago de una contribución especial que se empleaba en alimentar y cuidar a los caballos públicos asignados a las 18 centurias ecuestres.
Quien no se inscribiera en el censo, no solo perdía su condición de ciudadano, sino que era vendido como esclavo; recíprocamente era posible obtener la manumisión del esclavo inscribiéndolo en el censo.
La tarea de los censores consistía, pues, en consignar a cada ciudadano en la tribu a la que pertenece por nacimiento y la clase apropiada en función de su patrimonio.
 
 
 
 
Bibliografía:
- LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Pedro y LOMAS SALMONTE, F. Javier. Historia de Roma. Akal, 2004.

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