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La figura de la Victoria y el Ángel en el arte


Niké y Victoria

Nike era la diosa alada o espíritu (daimon) de la Victoria, tanto en la batalla como en la competición atlética. Cuando Zeus estaba reclutando aliados en el inicio de la Titanomaquia, Estigia llevó a sus cuatro hijos, Nike (Victoria), Celo (Rivalidad), Cratos (Fuerza) y Bía (Fuerza) al servicio del dios. Nike fue designada su auriga, y los cuatro fueron nombrados como centinelas de pie al lado del trono de Zeus. Más allá de esto Nike nunca adquirió ningún distintivo propio en la mitología.


Fue representada en la pintura de las vasijas griegas con una variedad de atributos que incluye una corona o una banda para coronar a un vencedor, un oinochoe (jarra que contiene la libación) y phiale (especie de cuenco ancho) para libaciones, un thymaterion (quemador de incienso), un altar y una pira para la celebración de la victoria.






Nike se identificó estrechamente con la diosa Atenea, apareciendo a veces simplemente como un atributo de la diosa. En su aspecto se parece a Atenea, pero tiene alas y lleva una palma o una corona, y se dedica a levantar un trofeo, o inscribiendo la victoria del conquistador en un escudo.

Para conocer la procedencia de Nike nos remitiremos a Hesíodo, en la Teogonía: “Estigia, hija del Océano, parió en su palacio unida con Palante, a Celo y Nike de bellos tobillos, y dio vida también a Cratos y Bía, hijos muy señalados” (383 y ss).

En la batalla la encontramos en Ovidio, Metamorfosis (8. 12 y ss.) “Por sexta vez se alzaban los cuernos de la luna al salir y todavía era incierta la fortuna de la guerra [entre Megara y Creta] y durante mucho tiempo la Victoria volaba con dudosas alas entre uno y otro”.
A continuación enumeraré ciertas representaciones artísticas de Nike recogidas por el historiador Pausanias en su obra Descripción de Grecia (en griego, Ἑλλάδος περιήγησις):

I) Imágenes recogidas en Atenas: 
(1. 22. 4) A la derecha de los Propileos [en la Acrópolis de Atenas] hay un templo de Nike Áptera (aquí es el templo de la Niké Áptera, es decir, “sin alas”, porque se trata en realidad de la Atenea Niké de la tradición arcaica y clásica, en que Nike es un epíteto de Atenea).
(1. 24. 7) La estatua de Atenea [en el Partenón] es de pie con mano hasta los pies, y en su pecho tiene insertada la cabeza de la Medusa de marfil; tiene una Nike de aproximadamente cuatro codos y en la mano una lanza.
(3. 15. 7) Enfrente del templo está Enicilio con grilletes, una imagen antigua. La idea de los lacedemonios con respecto a esta imagen es la misma que la de los atenienses con respecto a la Nike llamada Áptera: la de los primeros es que Enicilio nunca escapará de ellos estando con grilletes, y la de los atenienses que Nike siempre permanecerá allí por no tener alas.
(4. 36. 6) De la misma manera también el infortunio de los lacedemonios hizo conocida Esfacteria a todos y los atenienses ofrendaron una imagen de bronce de Nike en la Acrópolis en recuerdo de los sucesos de Esfacteria  [su victoria sobre los espartanos].
(5. 26. 6) Junto a  Atenea hay una Nike que ofrendaron los de Mantinea, pero no indican qué guerra en la inscripción. Se dice que Cálamis la hizo sin alas imitando la xóana [escultura de madera con carácter votivo que se realizaba en la época arcaica de la Antigua Grecia y estaba vinculada a los templos] de Atenas llamada Nike Áptera.

II) Imágenes recogidas en el Pireo:
(1. 1. 3) [Recinto sagrado en el Pireo] Las imágenes de ambos son de bronce, Zeus tiene un cetro y una Nike, Atenea una lanza.
III) Imágenes recogidas en Titane,  pueblo de la Argólida (sur de Grecia):
(2. 11. 8) [Asclepio de Titane] En los frontones está Heracles y en sus extremos hay Nikes.
IV) Imágenes recogidas en Esparta:
(3. 17. 4) [Acrópolis de Esparta] El pórtico que mira hacia Occidente tiene dos águilas y dos Nikes sobre ellas, ofrenda de Lisandro en memoria de sus hazañas […]
V) Imágenes recogidas en Olimpia:
(5. 11. 1) [Descripción de la estatua de Zeus en su templo en Olimpia] En la mano derecha lleva una Nike, también esta de marfil y oro, que tiene una cinta y una corona en la cabeza.
(5. 10. 4) [Templo de Zeus Olímpico] En Olimpia hay una caldera dorada en cada uno de los extremos del techo y precisamente en el centro del frontón está una Nike, también dorada.
(5. 14. 8) Junto a él hay un altar de los dioses desconocidos y después de él uno de Zeus Catarsio y de Nike.
(5. 17. 3) [Templo de Hera en Olimpia] También están consagradas allí Leto, Tique, Dionisio, y una Nike con alas.
(5. 26. 1) [La Nike de Peonio] los dorios mesenios que un día recibieron Naupacto de los atenienses, ofrendaron en Olimpia una imagen de Nike sobre la columna.
(6. 18. 1) [Carro de bronce de Cratistenes de Cirene] Hay también un arro de bronce de Cratistenes de Cirene y en el carro está amontonada una Nike y el propio Cratistenes. Es evidente que obtuvo una victoria con caballos.
VI) Imágenes recogidas en Tespias, en Beocia:
(9. 27. 5) No lejos del ágora hay una Nike en bronce y un templo no grande de las Musas.


 

 


También es muy común encontrar figuras de la Victoria alada en frisos que conmemoren la victoria del algún emperador. Un ejemplo lo encontramos en el Arco de Tito que vuelve victorioso tras su triunfo en Jerusalén. La victoria se sitúa detrás de él y procede a coronarle.


Más ejemplos los encontramos en la Columna de Trajano, o en la de Marco Aurelio, donde la Victoria anota en un escudo el final de una campaña y el principio de otra.



La Victoria de Samotracia


La Victoria de Samotracia estaba destinada originalmente a ocupar la proa de un barco militar para ayudar en la victoria ante el enemigo. En este caso trasmite el momento en que, bajando del cielo, se posa suavemente en la proa.

Data del 190 a. de C. Por tanto es una escultura que se ubicaría en el período helenístico. Por su dramatismo vibrante y su barroquismo se la sitúa dentro de la Escuela de Rodas.
No sabemos quién fue el autor de la Victoria de Samotracia aunque existe una inscripción con el nombre de Pitócritos que puede hacer alusión a un escultor de la isla de Rodas. Pero sea quien fuere en realidad el creador de la Victoria de Samotracia, lo cierto, sin lugar a dudas, es que en ella contemplamos una de las cumbres de la plástica griega. Debió de ser donada por los rodios al santuario de Samotracia a raíz de la victoria naval que obtuvieron en Side frente a Antíoco III de Siria (190 a. C.), y que les supuso, además del control de amplias comarcas en Caria y Licia, la alianza de numerosas ciudades e islas próximas.

Estamos ante una imagen figurativa de bulto redondo, que se encuentra de pie y su cuerpo cubierto totalmente por ropajes. Realizada en mármol, denotando una gran calidad técnica. Fue hallada sin cabeza y no puede apreciar los rasgos del rostro.
El viento del mar chocando contra ella marca su figura. Ha sido pulimentada y en algunas zonas, como la que se extiende desde el pecho hasta las caderas, se utiliza la técnica de paños mojados de Fidias, de manera que la tela se ciñe al cuerpo y deja ver la forma del mismo. En otras, los pliegues son de gran  voluminosidad y profundidad. La mayor rugosidad se advierte en las alas.
Se desarrolla en sentido frontal aunque la pierna adelantada permite que se desarrolle un punto de vista lateral de gran efecto. Dominan las líneas verticales y oblicuas que otorgan a la figura un sentido del movimiento inestable, al que también contribuye la pierna adelantada y bastante alejada de la que queda atrás y el giro del cuerpo. La realización de estos giros en espiral recuerda la técnica de Escopas. El movimiento de las alas y los ropajes se relaciona con un hecho real que es la presencia de brisa marina.
Las curvas y contracurvas tan acusadas, creadas por el vestido y la túnica, permite aumentar los efectos de claroscuro. En su estado actual la policromía es inexistente, aunque pudo llevar zonas policromadas.
Con el trépano se han realizado los orificios profundos para conseguir efectos realistas y pictóricos de claroscuros.


La Nike de Brescia



La gran Victoria Alada, convertida en símbolo del «Risorgimento» italiano desde su descubrimiento en 1826, no es un bronce romano, sino un original griego muchísimo más antiguo y valioso. Tampoco es una Victoria. Es una Afrodita que se contempla en un espejo, como ha demostrado el profesor Paolo Moreno de la Universidad Roma Tre.
Es muy posible que sea la famosa Afrodita del Acrocorinto, el templo que se alzaba en la colina de la gran ciudad comercial, pues su gesto coincide con el de algunas monedas corintias, que presentan a la diosa del amor mirándose en un escudo que le sirve de espejo. El pie izquierdo se apoyaba sobre un casco que, como el escudo, tampoco ha llegado hasta nosotros. Es, quizá, la Afrodita que describió embelesado Apolonio de Rodas en uno de sus poemas sobre los Argonautas, escrito en el año 240 a.C. La bellísima estatua alada fue descubierta en Brescia entre las ruinas del grandioso capitolio, construido por Vespasiano para embellecer la ciudad de Brixia, como recuerdo de la victoria sobre su rival Vitelio, el año 69 de nuestra era. Pero las alas eran un añadido. Es más, se trataba del segundo injerto, pues el profesor Moreno ha encontrado en la espalda de la estatua otras dos hileras de anclajes anteriores a los que sostienen el actual par de alas, de estilo tardorromano. Si la estatua viene de Corinto, fue probablemente Lucio Mummio, saqueador de esa ciudad el año 146 antes de Cristo quién la robó. Pero es posible que la estatua venga de Alejandría, el gran centro de cultura y arte helenístico. En ese caso, el principal sospechoso es Octavio Augusto después de la muerte de Cleopatra en el año 29 a. C. El emperador concedió el título de colonia augusta a la ciudad de Brixia, y pudo muy bien regalarle la bellísima Afrodita.
A favor de Alejandría juega la extraordinaria semejanza, incluso en los rizos sobre las orejas, con una estatua de la princesa egipcia Arsinoe, del año 215 a.C. Pero, viniese de Corinto o de Alejandría, la metamorfosis de Afrodita en Victoria Alada es, con seguridad, la inmortalización artística de la victoria de Vespasiano.

Además se dice que Lisipo se inspiró en la Afrodita de Cnido de Praxíteles para realizar la Afrodita de Capua. La Afrodita de Cnido es una escultura de mediados del siglo IV a. C. realizada en mármol de Paros, de bulto redondo, perdida y conocida por que se conservan numerosas copias de la misma.
Se trata de una imagen de culto que, según Luciano, estaba instalada en el centro de un templete abierto en Cnido, con lo que podría contemplarse desde diferentes puntos de vista. Cabe decir, no obstante que como casi todas las otras estatuas del autor, la escultura de Afrodita está pensada para ser vista de frente, ya que solo así se percibe la figura en su totalidad y se aprecia la curvatura de su perfil y el giro de su cuerpo.
El artista elige para mostrar su cuerpo, el momento en que la diosa toma un baño, es decir, crea una justificación para poder romper el convencionalismo que impedía mostrar el cuerpo femenino desnudo, mientras que no había ningún problema para mostrar el masculino. De pie, sin ropa, con un aro en el brazo izquierdo (probable símbolo de coquetería femenina), con el cabello recogido en un moño sujeto con una cinta, se apoya en la pierna derecha, mientras que la izquierda aparece relajada y flexionada, hace ademán con la mano izquierda de posar (o recoger) un manto sobre una hydria, mientras que con la mano derecha, en un gesto de pudor intenta cubrirse el pubis.
La composición es cerrada, como corresponde a las etapas clásicas, la postura recoge el contraposto consolidado en el siglo V a.C., pero exagerándolo, desestabilizando más el cuerpo, hasta crear una gran curvatura en la cadera, de manera que se dibuja una pronunciada “ese” en el perfil del mismo, constituyendo la denominada “curva praxiteliana”. Debido precisamente a ese desequilibrio lateral necesita un soporte para que la figura no se caiga, de ahí la ingeniosidad de apoyarla en el manto y el ánfora, que disimulan su verdadera función de soporte.

Así mismo, a fines del siglo II a. C., un artista desconocido -alguien ha pensado en un Alejandro o Hagesandro, basándose en una dudosísima inscripción- realizó la Venus de Milo. Por encima de toda la literatura de que ha sido objeto desde su hallazgo en 1820, lo cierto es que esta escultura constituye una magistral adaptación de la obra atribuida a Lisipo: nuestra Afrodita de Capua. Posiblemente llevaba en la mano una manzana -símbolo de la isla de Milo-, pero lo principal es el modo en que el artista logró un movimiento ondulante del cuerpo, dando vida y vibración al elegante y frío esquema del siglo IV a. C. Sin duda es esa combinación de estructura clásica y realismo anatómico y epidérmico la base del aprecio popular que aún hoy conserva la Venus, a pesar del relativo desdén al que la crítica erudita la viene condenando.

      
Venus de Milo                                     Venus de Cnido


Los ángeles

Esta concepción antropomórfica de la divinidad se tomó de las religiones orientales, principalmente del mazdeísmo persa. Como escribía muy justamente Franz Cumont: “el hombre siempre organiza el cielo a imagen de la tierra y la creencia en los mensajeros divinos ha debido desarrollarse en la época de los Aqueménidas, cuando se representaba a Dios como a una especie de gran rey sentado en un trono, rodeado por sus dignatarios y enviando constantemente a través de su vasto imperio correos encargados de transmitir sus órdenes. El reino celeste se mantuvo incluso en la tradición cristiana, como una reproducción de la corte del rey de Persia.”

La mejor prueba de los orígenes extranjeros es que los ángeles no han recibido un nombre hebreo como su señor Yavé, sino que se designan con el vocablo griego aggelos (anguelos), mensajero, del cual deriva el latino angelus y tienen un papel muy secundario en Los Libros de Moisés donde se los llama, simplemente, hombres.

En el Génesis (18:2, 19:1) se trata de tres “hombres” que vienen a predecir a Abraham el nacimiento de su hijo Isaac, de dos jóvenes alojados por Lot que le agradecen su hospitalidad haciéndole escapar del incendio de Sodoma. Un ángel solitario llega con la contraorden del sacrificio de Isaac en el último minuto, lucha con Jacob en la orilla de un vado, predice a Manoab el nacimiento de Sansón, alimenta a Elías en el desierto… Pero tales intervenciones son escasas. Será en las época del Exilio cuando los ángeles, asimilados a los querubines alados de Nínive y de Babilonia (los etimologistas vinculan la palabra Khreub, de la cual deriva querubín, con grifo, que originariamente sería el dragón alado guardián de los tesoros), tendrán mayor espacio en los escritos de los profetas que los representan inconscientemente como los servidores jerarquizados de un monarca asirio.

Pero aunque la concepción de los servidores y los adversarios de Dios es persa, su representación en el arte cristiano se debe más al arte griego o grecorromano que al de Persia.
Sin dejar de lado el recuerdo de los toros alados de Nínive (kherubim) que obsesionaron a los profetas del Exilio, todo parece indicar que los ángeles alados del arte cristiano son solo imitación de las Nikés griegas. La filiación iconográfica es evidente. Se le puede seguir en los bajorrelieves de ciertos sarcófagos paleocristianos, donde los ángeles que planean sosteniendo coronas triunfales tienen exactamente la misma actitud que las Victorias antiguas. Por ellos, es cierto que así como los angelitos  proceden de los Eros niños o cupidos paganos, sus hermanos mayores, los grandes ángeles alados, son solo Nikés viriles.

Las funciones de los ángeles son múltiples y de extrema diversidad. En general, puede decirse que son instrumentos de la voluntad divina. Así como una herramienta es una prolongación de la mano humana, ellos prolongan y acaban por remplazar en la iconografía a la mano de Dios (Manus Domini). Pero no están solo al servicio de la divinidad, también se ponen al servicio de los hombres. Pueden distinguirse estos dos aspectos en su actividad.

Algunas de las primeras imágenes más repetidas  en la época paleocristiana es el sacrificio de Isaac. Como ejemplo tenemos el Sarcófago de Junio Basso paleocristiano de mediados del siglo IV d. C., encontrado y conservado en Roma. Es el más famoso de su tipo, al tiempo que la gran calidad y variedad de sus tallas hacen de él un interesantísimo testimonio de los primeros siglos del cristianismo. Aunque aquí los ángeles no aparecen alados.
Como indica la inscripción que posee, perteneció a Junio Basso, quien fue prefecto de la ciudad de Roma y falleció en el año 359 d. C., contando con 42 años de edad.




Hacia el 380-390, el denominado Sarcófago de los Príncipes (Sariguzel, Estambul), presenta la cruz  clamada por apóstoles y una cruz monogramática situada entre ángeles alados, aunque hay fuentes que dicen que se trata de seres alados femeninos (verosímilmente victorias).



A partir de ese período en adelante, el arte cristiano se ha representado en su mayoría con ángeles  alados, como en el ciclo de mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor (432 - 440).



Mosaico en Santa María la Mayor, Roma, detalle de la Anunciación, el espíritu Santo en forma de paloma, el ángel anuncia a María que aparece como emperatriz con los pies apoyados sobre un escabel acompañada por ángeles.


Otras figuras del ángel y la Niké en el arte contemporáneo

Triunfo de David, del artista Poussin (1630)



Bajo un escenario arquitectónico una Victoria alada corona con laurel a David, quien sujetando la espada con una mano mira directamente a la cabeza decapitada de Goliath, depositada sobre las piezas de una armadura. Tres putti (Voz italiana plural que designa a aquellas figuras de querubines o niños empleadas de manera ornamental en la Antigüedad) completan el conjunto. Uno de ellos toca un instrumento mientras otro acerca a la Victoria la corona real destinada a David.
           
El tema representado alude a un pasaje del Antiguo Testamento (Samuel 17, 12-58) que narra como David, joven pastor hebreo y futuro rey de Judá, se enfrentó con el gigante Goliath para salvar a su pueblo. 

La Aurora, del artista Juan Antonio Ribera y Fernández (1819)


La hora del amanecer está encarnada en una joven victoria alada, con el cabello recogido en un moño y coronada de flores que, como símbolo del día que amanece, se retira con una mano el manto de la noche que le cubría la cabeza, sobre la que resplandece el lucero del alba, mientras sujeta en la otra mano la antorcha que ilumina el día. A su lado, un amorcillo sujeta una golondrina, ave que surca el cielo con las primeras claras del día, y un cántaro que deja caer el rocío matutino sobre el solitario paisaje campestre que se despliega al pie de las figuras volantes.


La caída de los ángeles rebeldes, del artista Peter Brueghe


“La caída de los ángeles rebeldes”, de Peter Brueghel (1525-1569) es una obra que tiene como motivo un argumento religioso. Su iconografía procede del tema de la “Victoria Alada”.

Una de las versiones de la caída de los ángeles rebeldes basada en el libro de Enoc y en el Génesis sostiene que los hijos de Dios descendieron a la tierra y procrearon con las hijas de Caín (Génesis 6, 1-2), y de esa unión nació una raza de gigantes de una violencia y maldad indescriptibles. Ieve, el Dios Supremo, decidió exterminar a todos los seres humanos así como a los gigantes, con un diluvio (Génesis 7,2) que cubrió todo el planeta. A los ángeles que procrearon con las mujeres de la tierra se les confinó en el abismo hasta el día del Juicio Final en que Dios habrá de juzgar a los vivos y a los muertos. Este libro profético de Enoc fue entregado por el propio Enoc a su hijo Matusalén, y este a su vez se lo entregó a su hijo Lamec, y este a su hijo Noé, el cual lo llevó dentro del arca cuando ocurrió en diluvio, y es así hasta como ha llegado a nuestros días.
Otra versión sobre los Ángeles Rebeldes es la plasmada por Peter Brueghel en su pintura, y refiere que Luzbel, deslumbrado y ofuscado por el orgullo, se rebeló contra Dios levantando su grito de rebelión y de batalla.

La conclusión de esta batalla entre los Ángeles Buenos y los Ángeles Rebeldes se encuentra en el Apocalipsis (12, 7-10): "En ese momento empezó una batalla en el Cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el Monstruo. El Monstruo se defendía apoyado por sus ángeles, pero no pudieron resistir, y ya no hubo lugar para ellos en el Cielo. Echaron, pues, al enorme Monstruo, a la Serpiente antigua, al Diablo o Satanás, como lo llaman, al seductor del mundo entero, lo echaron a la tierra y a sus ángeles con él".
La Caída de los Ángeles Rebeldes presenta una escena aterradora, sumamente abigarrada en su composición. El Arcángel Miguel luciendo armadura, y sus Ángeles que vestían túnicas blancas en señal de pureza, luchan violentamente contra los Ángeles Rebeldes a quienes expulsan del cielo. La parte inferior de la obra continúa mostrando una escena caótica y terrible: los Ángeles Rebeldes se transforman en seres monstruosos de índole zoomórfica, que al precipitarse del cielo se van transformando en unas mezclas de peces, reptiles e insectos monstruosos.

Heródoto, Libro IV

Heródoto fue un historiador griego, nacido hacia el 480 a.C., en Halicarnaso, ciudad doria situada sobre Caria, en la costa Sudoccidental de Asia Menor. En muy poco tiempo conoció el exilio en Samos, con motivo de la revuelta, por el intento de derrocar al tirano que gobernaba en Halicarnaso, en la que murió su tío Paniasis. Volvió a su ciudad natal 10 años después.

Viajó por el Oriente Medio, sobre todo Egipto; en torno al Mar Negro hacia el norte; y también por Grecia continental. Murió sobre el 420 a.C., en Turio, aunque otras versiones apuntan a que murió en Atenas justo al comienzo de la guerra del Peloponeso cuando se disponía a viajar a Turio.

Sus viajes y el resultado de sus investigaciones le permitieron escribir una obra, a la que llamamos Historia. Sus Historias fueron divididas posteriormente en 9 libros, cada uno está encabezado por el nombre de una de las nueve Musas. El objetivo de esta obra es el de evitar que los hechos de los hombres se borren y dejen de ser contados. Los cuatro primeros libros consisten en relatos de los otros, los no griegos (lidios, persas, babilonios, masagetas, egipcios, escitas...). Mientras que los cinco últimos tratan principalmente sobre las guerras Médicas.

Aunque la obra de Heródoto alcanzase gran fama en la Antigüedad y se propagase rápidamente por toda Atenas, obtuvo numerosas críticas y ataques. Así Heródoto fue al mismo tiempo padre de la historia y padre de la mentira.


En el libro IV, Melpómene, Heródoto trata sobre los escitas. Principalmente narra la expedición de Darío contra los escitas como represalia por su invasión a Media. Con la denominación escita, los griegos englobaban a todos los pueblos nómadas, o parcialmente sedentarios, que vivían en las zonas de las estepas, sobre todo en la zona que lindaba con colonias griegas en el mar Negro.

Los primeros capítulos (1-4) constituyen una introducción en la que se expone el motivo de Darío para la invasión de Escitia: castigar a los escitas por su invasión de Media. Estos tras veintiocho años de ocupación abandonaron esos territorios y regresaron al suyo. Críticos modernos han propuesto diversas hipótesis sobre la expedición de Darío sobre los escitas: que la expedición tuviera el objetivo de conquistar Tracia, cosa que consiguió; o que Darío pretendiera conquistar todo el mar Negro por razones económicas.

A continuación (5-15) Heródoto propone cuatro versiones sobre el origen de los escitas. La primera, contada por los propios escitas:

[…] En aquella tierra, a la sazón desierta, nació un primer hombre cuyo nombre era Targitao. Y aseguran […] que los padres de tal Targitao fueron Zeus y una hija del río Borístenes.1[…] Targitao tuvo tres hijos: Lipoxais, Arpoxais y Colaxais. Durante el reinado de los tres hermanos, se precipitaron de lo alto del cielo unos objetos de oro (en concreto, un arado, un yugo, una sagaris2 y una copa), que cayeron en Escitia. El hermano mayor, que fue el primero en verlos, se acercó con el propósito de apoderarse de ellos; pero, al aproximarse, el oro se puso al rojo. Cuando se alejó el mayor, se dirigió a ellos el segundo, pero el oro volvió a hacer lo mismo.[...] cuando en tercer lugar se aproximó el benjamín, se extinguió la incandescencia y el muchacho se lo llevó a su casa. Ante estos prodigios, los hermanos mayores convinieron en entregarle al menor la totalidad del reino.

Pues bien, de Lipoxais descienden los escitas que, en razón de la tribu que forman, reciben el nombre de aucatas; del mediano, Arpoxais, los que reciben el nombre de catíaros y traspis; y del menor de los tres hermanos, de su rey, los que reciben el nombre de parálatas. Ahora bien, todos ellos son denominados genericamente escólotos, en virtud del nombre de su monarca, y han sido los griegos quienes les han impuestos el nombre de escitas.”3

Podemos ver que hay una distinción entre tres clases sociales distintas: el arado y el yugo simbolizan a los agricultores, la sagaris a los guerreros, y la copa a los sacerdotes. El hecho de que uno de los hermanos pueda apoderarse de todos los objetos (el yugo, el arado, la sagaris y la copa), nos indica que los escitas estaban bajo una monarquía. Una pregunta que nos podemos plantear es, ¿cómo dice Heródoto que Targitao era rey si era el único habitante de Escitia?. Probablemente sería el fundador de una raza dominante que reinaba sobre un pueblo vasallo. Las cuatro tribus mencionadas por Heródoto no aparecen citadas por ningún otro autor antiguo, además, no son nombres étnicos sino que designan tipos funcionales de hombres según dónde se encuentran.

La segunda versión procede de los griegos del Ponto y cuenta como Heracles, mientras arreaba las vacas de Geriones4, llegó a una tierra que en la actualidad ocupan los escitas. Pues bien, mientras Heracles dormía, sus yeguas, que se encontraban desatadas, desaparecieron inesperadamente. Después de recorrer todo el país, Heracles llegó a una cueva en la que encontró a un ser biforme, mitad mujer, mitad serpiente, que le prometió devolverle sus yeguas a cambio de que se uniera a ella.

«Mira, yo te he guardado a buen recaudo estas yeguas que hasta aquí llegaron, pues tú me has proporcionado una recompensa por ello, pues me hallo encinta de tres hijos tuyos. Indícame lo que hay que hacer con ellos cuando sean mayores; es decir, si los instaló aquí (pues soy la única soberana de esta región), o bien los envío.» […]. «Cuando veas que tu hijos se han hecho unos hombres, si haces lo que te voy a decir no cometerás un error: permite que fije su residencia en esta región a aquel de los tres a quien veas que tiende este arco como yo lo hago y que se ciñe este talabarte con mi misma pericia; en cambio, haz salir de ella al que sea incapaz de llevar a cabo las tareas que ordeno.»”5

Los griegos califican esta versión como una forma de representar los lugares remotos en los que se encontraba el pueblo escita, además de presentar a Heracles como un viajero, que exploraba hasta los más recónditos lugares. El historiador francés François Hartog califica esta versión de “chapucería realizada por los griegos del Ponto”.6


Las dos últimas versiones tienen en común que no se refieren al origen de los escitas, sino a su llegada a la tierra llamada Escitia. La primera versión, es suscrita por Heródoto y cuenta como los escitas, siendo nómadas, huyendo de los masagetas, cruzando el Araxes invadieron otro país ocupado por los cimerios, quienes se dividieron en dos bandos (el pueblo y los reyes), ya que los primeros querían huir y los segundos no querían dejar su tierra a los escitas. Según esta versión, los escitas serían nómadas procedentes de Asia.

En la otra versión, son perseguidos también, pero esta vez por los isidones, que a su vez fueron expulsados por los arimaspos.


¿No podrían estas cuatro versiones confundirnos respecto al lugar dónde se instalan los escitas?. ¿Dónde queda realmente Escitia? Hérodoto tenía una visión del mundo completamente diferente a la real.




Según Heródoto “los escitas nómadas habitaban en Asia” y penetraron en Cimeria, que sería Europa, perseguidos por los masagetas. En Cimeria, dónde se hallaría Escitia, irían tras los cimerios y penetrarían en Media en su persecución, dónde dominarían a los medios durante 28 años e imperarían en Asia.

De lo que no se están dando cuenta los escitas, es que están pasando de un continente a otro siendo perseguidos o persiguiendo a otros. Heródoto afirma que los escitas son nómadas que habitaban en Asia y que luego penetrarían en Cimeria, que sería Europa y que después persiguiendo a los cimerios volverían a entrar en Asia.

Por otra parte podríamos afirmar que si Escitia está en Europa, los escitas serían europeos, pero ya desde el principio Heródoto nos deja claro, que son nómadas de Asia. Así los escitas se caracterizan por su movilidad, aunque la guerra contra Darío los fije en Europa.

Escitia estaría localizada al norte del Ponto Euxino7, entre Tracia y el Lago Mayátide8.

Los escitas más próximos al Ponto Euxino, concretamente en el puerto de Olbia9, serían los calípidas o llamados escitas helenizados. Al norte de estos escitas, viven los alizones y más al norte los escitas labradores, que siembran trigo para venderlo. Entre el río Borístenes y el río Panticapés, residen los escitas agricultores, que a diferencia de los escitas labradores, se dedicaban a la agricultura en general. Al este de los escitas agricultores viven los escitas nómadas, que ni siembran ni cultivan. Por último, al este del río Gerro, habitan los escitas reales, a los que se les considera los más valientes y numerosos. Se dice que estos escitas son los que gobiernan a todos los demás.

En cuanto al clima de Escitia, Heródoto nos dice que “el invierno dura ininterrumpidamente ocho meses al año y en esos parajes durante los cuatro restantes hace, asimismo, frío”.




Por lo que se refiere a las divinidades y rituales religiosos de este pueblo señalaré que solo ofrecen sacrificios a los siguientes dioses: principalmente a Hestia10, después a Zeus y a Gea, tras estos dioses a Apolo, Afrodita Urania, Heracles y Ares. Sacrifican todo tipo de ganado y también caballos, y no emplean jamás cerdos, como tampoco los crían. Sin embargo, hay que señalar que al único dios que ofrecen sacrificios humanos es a Ares, escogiendo de entre sus enemigos que capturan con vida a uno de cada cien. Como tampoco tienen por norma erigir imágenes, altares, ni templos, salvo en honor a este mismo dios. Esto puede deberse al carácter nómada de los escitas. En comparación con los griegos que, mediante las vísceras de los animales que sacrificaban en honor a los dioses, ejercían el arte de la adivinación, hay que decir que entre los escitas hay numerosos adivinos que ejercen este arte mediante varas de mimbre.


Otro rasgo del nomadismo de los escitas es el momento de enterrar a sus seres queridos; montan los cadáveres en un carro y los llevan de pueblo en pueblo hasta llegar a la zona del Gerro11. La pregunta es, si los escitas son nómadas, ¿dónde entierran a los muertos?. Los griegos, entierran a los suyos dentro de la ciudad; a los héroes y reyes en el ágora o en las murallas de la polis para que protejan las puertas de sus casas. Los escitas, por el contrario, no teniendo un lugar fijo, hacen enterrar a los suyos en un lugar remoto, para que en vez de proteger se protejan. En el mundo helénico, los amigos y familiares se reunían en un punto para honrar a los muertos, los escitas, hacen que los muertos “visiten” a los demás escitas, llevándolos de casa en casa.

Después de enterrar a los muertos, los escitas llevan a cabo un proceso de purificación, mediante un baño de vapor, en el que “prorrumpen en gritos de alegría”.


Otra característica de los escitas es el rechazo ante costumbres extranjeras, tal y como se cuenta en la historia de Anacarsis y la historia de Escilas12.


La última cuestión sobre los escitas es la expedición de Darío contra ellos. Tras los preparativos necesarios, Darío llega al Bósforo, donde había hecho tender un puente cuyo ingeniero fue Mandrocles de Samos, para cruzar a Europa (83-88). En el inicio de la campaña, Darío ordena a su flota, compuesta por contingentes jonios, eolios y helespontinos, que se dirijan al Istro y lo esperen allí; él cruza a Europa con el ejército de tierra, somete a los tracios y los getas, llega hasta el Istro y lo cruza por un puente de barcas que había mandado construir también allí. Antes de adentrarse en Escitia, encarga a los jonios que custodien el puente durante sesenta días.

Los escitas solicitan entonces la ayuda de los pueblos vecinos. Mientras que algunos prometen ayudarles, otros deciden permanecer neutrales (102-119).

La campaña de Darío es contada en unos pocos capítulos (120-144). Los persas no consiguen entablar combate con los escitas porque éstos los evitan y tratan de atraer al enemigo al interior de su territorio; sólo tienen lugar pequeñas escaramuzas que desalientan a los persas.

Darío, cansado de que los escitas huyesen, manda a un emisario a preguntar a su rey cual es el motivo de su despliegue. El rey le envia a un emisario repondiéndole “Hasta la fecha, yo jamás he huído por temor ante combate alguno y, en estos momentos, tampoco estoy huyendo ante ti. Además, en la actualidad no estoy haciendo algo distinto a lo que ordinario solía hacer en tiempo de paz.[...] Nosotros no tenemos ciudades ni tierras cultivadas que podrían inducirnos, por temor a que fueran tomadas o devastadas, a trabar de inmediato combate con vosotros para defenderlas. Ahora bien, si hay que llegar a toda costa a este extremo cuanto antes, nosotros como es natural, tenemos tumbas de nuestros antepasados. Así que, venga, descubridlas e intentad violarlas y entonces sabréis si lucharemos contra vosotros en defensa de las tumbas o si vamos a seguir negándonos a presentar batalla.”13

Entonces Darío decide retirarse con la élite de su ejército abandonando a su suerte al resto de las tropas. Al darse cuenta, los escitas se dirigen por una gruta más corta hacia el puente del río Istro para convencer a los jonios de que lo destruyan. Milcíades de Atenas, tirano del Quersoneso, se muestra partidario de hacerles caso y, así, liberar a Jonia del yugo persa. Pero prevalece la opinión de Histieo de Mileto, que convence a los demás tiranos de quedarse para ayudar a los persas, pues éstos seguirían garantizando su posición es sus respectivas ciudades. Una vez que los persas cruzan el Istro, Darío atraviesa Tracia y llega al Quersoneso, desde donde pasa a Asia, dejando en Europa a Megabazo al frente de las tropas para someter a los que todavía no eran partidarios de los medos.


¿Cómo se puede ser nómada y a la vez sedentario? Ya nos quedó claro mediante múltiples ejemplos que los escitas son un pueblo nómada; los entierros de sus seres queridos, su forma de rendir culto a los dioses y el plan que siguen para no toparse con Darío enviando a las mujeres y niños en carros hacia el norte, deja claro de que se trata de un pueblo claramente nómada. Pero ¿no cuenta Hérodoto en la primera versión que caen del cielo un yugo, un arado, un sagari y una copa? El yugo y el arado son propios de agricultores, por lo tanto de un pueblo sedentario. Pero esta versión al igual que la contada por los griegos del Ponto hace referencia más al origen del poder que al origen de los escitas.

Así mismo, además de los escitas también hay otros pueblos que son nómadas y existen diferencias entre ellos. Su dieta, sus costumbres sexuales, los entierros, etc.

En conclusión podemos decir que los escitas eran un pueblo nómada, volviéndose algunos sedentarios, posiblemente buscando un asentamiento por algunas dificultades como el impedimento de los más viejos o los enfermos de seguir la marcha de los demás.


Notas:

1El río Dniéper.

2Se trataba de un hacha de doble filo.

3Heródoto IV, 5-7

4Décimo trabajo de Heracles.

5Heródoto IV, 9

6François Hartog. El espejo de Heródoto. Ensayo sobre la representación del otro. Pág. 52

7Mar Negro.

8Mar de Azov.

9Puerto comercial más importante del mar Negro.

10¿Porque rinden culto a Hestia, diosa del hogar, y no a Hermes, dios de las idas y venidas?

11Río Gerro. Dónde se encuentran los escitas reales.

12Heródoto IV, 76-78

13Heródoto IV, 127.

miércoles

El senado romano

En origen, eran 300 los senadores, aunque este número lo dobló Sila y siguió incrementándose después de él, particularmente con César quien introdujo a muchos de sus partidarios, hasta llegar a los mil miembros, intentando quebrar de este modo la oposición senatorial a su dictadura. La lista de senadores la confeccionaban los censores. En un principio los senadores son ex magistrados. Los últimos en poder ser senadores serán los tribunos de la plebe, en el 143 a.C.

El senado sólo podía reunirse si lo convocaba alguno de los magistrados con facultad para hacerlo, que eran los cónsules, los pretores y los tribunos de la plebe. El orden de intervenciones estaba rígidamente fijado. En el siglo II a.C., se nombra a un princeps senatus de entre todos los senadores y se comenzaba la intervención por éste. En el siglo I a.C., el orden cambió de nuevo y el magistrado ya no estaba obligado a preguntar al princeps senatus primero, sino que podía empezar por cualquiera de los ex cónsules designados para el próximo año, si se habían celebrado ya las elecciones. Mediante este sistema, los que quedaban relegados al último lugar se limitaban a asentir sobre alguna de las posturas planteadas. Además los senadores que ya habían participado podían volver a hacerlo, e incluso podían desviarse del tema planteado, por lo que muchos aprovechaban para hablar y hablar durante horas con el objetivo de que no se tomase una decisión y la vista fuese aplazada al día siguiente. En todo caso, correspondía al magistrado decidir cuál de las posturas expresadas se sometía a votación.

La votación se desarrollaba de la siguiente manera: en cada extremo de la sala se situaban los principales defensores de una idea y el resto de los senadores se trasladaban físicamente para situarse junto al grupo por el que querían votar. Por eso se les llamada senadores pedarii, en tono despectivo, pues se limitaban a votar con los pies aquellos ex magistrados que quedaban relegados al último lugar y únicamente se postulaban por la propuesta que más le gustase.

Si algún tribuno de la plebe interponía su veto, el acuerdo de los senadores no podía convertir entonces en senatus consultum. Sin embargo quedaba recogido por escrito y recibía el nombre de auctoritas.

Teóricamente, al menos, el senado es un órgano consultivo. El magistrado le pregunta su parecer y, tras la votación, la decisión del senado se expresa mediante un senatus consultum, jurídicamente no vinculante, aunque sí lo era en la práctica dada la enorme autorictas de que gozaba el senado. Hay cuatro cuestiones de las que se ocupa el senado:

  • El tesoro de Roma (Erario de Saturno).
  • El orden público en Italia. Pero sobre todo de la política exterior, recibe a los embajadores extranjeros, autoriza el triunfo , decide a que provincias deben acudir las legiones y cuales deben ir los cónsules.
  • La legislación: el senado debía dar su consentimiento previo a las propuestas legislativas para que pudieran ser presentadas ante el pueblo.


Por último, la cuestión del llamado senatus consultum ultimun. Se trata de un acuerdo por el que se declaraba que la res publica estaba en grave riesgo y se encargaba a los cónsules y otros magistrados que velasen por su seguridad.

Las magistraturas romanas


Las magistraturas romanas eran anuales, colegiadas, gratuitas y electivas. Gratuitas, naturalmente, puesto que eran honores y por lo tanto los beneficiarios asumían gustosos las cargas que iban anejas a la elección por el pueblo. La colegialidad es un rasgo de crucial importancia pues muchos veían en ella la principal garantía contra la concentración de poder, contra el gobierno de uno solo (el regnum), en la medida en que todos los magistrados, incluidos los cónsules, están, en principio, sometidos al veto paralizador de su colega o sus colegas. Esta reducción de la colegialidad al veto es típica de Roma. Cada magistrado tenía un ámbito de actuación más o menos preciso en el que no acostumbraban a meterse los demás. La anualidad, un plazo breve y preciso de tiempo, aseguraba a todos los aristócratas su cuota de participación en el ejercicio del poder. Frente al monarca que reina solo y de por vida, los romanos impusieron los colegios de magistrados de duración limitada.

La dictadura hace excepción a todo: no era electiva ni colegiada, aunque por el otro lado solo podía desempeñarse durante un máximo de seis breves meses y tenía un carácter excepcional, pues sólo se nombraba un dictador para resolver cuestiones muy concretas, que podían ser religiosas o bien la seria amenaza de un ejército enemigo. La aristocracia romana puso medios para asegurarse de que ninguno de sus miembros estaría en condiciones de consolidar su poder y prolongarlo en el tiempo. Este autocontrol era imprescindible para que el gobierno siguiera en manos de la propia aristocracia y no derivase hacia ningún tipo de monarquía. El reparto se hizo estableciendo unos límites a la reiteración de magistraturas y un orden en el desempeño de estas (cursus honorum) mediante la crucial lex Villia annalis del 180 a.C., por desgracia muy mal conocida. Desde el 197 se exigía haber sido pretor para llegar al consulado. Se respetó el plazo de diez años para ejercer dos veces una misma magistratura, no volvió a concederse el imperium a nadie que no hubiese sido elegido pretor o cónsul y no volvieron a elegirse dictadores salvo por razones rituales o bien para presidir unas elecciones (cuando ambos cónsules estaban fuera de Roma) hasta la dictadura de Sila en el 82 y la de César en 49-44.

El imperium, un poder sacralizado que facultaba para dar órdenes a otros ciudadanos y castigar a quien las desobedeciera por distintos medios. Dentro de ese imperium generalmente se distinguía entre el que se ejercía domi, dentro del pomerium, del imperium militiae, referido al mando sobre tropas. Este último solía prolongarse más allá del año por cuanto el gobernador acostumbraba a aguardar la llegada de su sucesor antes de abandonar la provincia. Desde mediados del siglo III a.C., comenzó a extenderse la práctica de que una ley o un senatus consultum autorizase a prorrogar el mandato, con lo que hicieron su aparición los promagistrados: procónsules o propretores, que técnicamente hablando, no eran magistrados, pero tenían mando en tropas. Por esta razón, carecían de auspicios propios. El siguiente paso consistió en desligar del imperium de la magistratura y otorgárselo a personas que hasta ese momentos no hubiesen ostentado ninguna, como le sucedió a Pompeyo.


Magistraturas mayores son todas las que tienen auspicios mayores, es decir, las que poseen imperium, a las que se añade el censor, todas ellas, elegidas en comicios centuriados, mientras que todas las restantes son magistraturas menores porque sus auspicios también los son y se eligen en los comicios tributos. Magistraturas curules son todas las mayores y además la edilidad curul, para distinguirse de su correspondencia plebeya (en origen, todas las magistraturas mayores eran patricias).


Competencias:


  • Cónsules, su función principal era la militar: llevar a cabo el reclutamiento y combatir al enemigo siguiendo los planes trazados por el senado. Uno de ellos, al menos, tenía forzosamente que regresar a Roma para presidir las elecciones consulares del año próximo. Después de Sila, al igual que sucedió con los pretores, los cónsules pasaron a residir el año entero en Roma y al terminar, se hacían cargo de las provincias que les hubiesen correspondido.
  • Censores, se encargaban de las obras públicas y de la adjudicación de los impuestos.
  • Pretores, tienen imperium semejante al de los cónsules, aunque subordinado al de ellos. Sus principales competencias son jurisdiccionales. Al comienzo del año, debían duplicar un importante edicto, donde se establecía la relación de derechos subjetivos objeto de protección, las reglas relativas a la herencia, la ejecución de sentencias, etc.
  • Ediles, tres responsabilidades: el cuidado de la ciudad (cura urbis), de los mercados (cura annonae) y de los juegos (cura ludorum).
  • Cuestores, magistratura subordinada. Se encarga de las finanzas de la provincia.
  • Tribunos de la plebe, es necesario ser plebeyo y su número canónico es de 10 personas. Siendo una magistratura de inicio tienen un gran poder: pueden presentar leyes y vetar. Este poder no va mas allá a una milla del pomerio. Tienen auxilium, capacidad de interceder por el nombre de cualquier romano.
  • Vigintisexviriato, se trata de seis colegios distintos de magistraturas menores. Los jóvenes aristócratas solían ejercer una de ellas antes de ambicionar la cuestura.
  • Tribuno militar, es tanto un oficial de una legión romana como un cargo oficial del estado romano. En el periodo republicano había seis tribunos militares asignados a cada legión. Se les daba la autoridad a uno de ellos e iban rotando en el mando entre los seis. Los tribunos eran hombres del rango senatorial, y eran elegidos por el Senado. Para conseguir el puesto importaba más la posición aristocrática de la persona en cuestión que su idoneidad para el cargo.

La leva y el tributo romano

El tributum es un dinero recaudado para el ejército. Si la campaña es exitosa el dinero se devuelve e incluso se suspende el tributo, como ocurrió en el 167 a.C, cuando el botín obtenido en la guerra contra Macedonia hizo innecesario el tributo (volvió a implantarse, aunque solo durante siete años, en el 43 a.C., con motivo de las guerras civiles). Los proletarii estaban exentos del tributo y el dinero aportado por las viudas y los huérfanos se dedicaba a la compra del caballo publico y del forraje.
No sabemos su cuantía. En el año 186 a.C, por ejemplo, fue del 2,55% (pagaba más el que más tenía). El resto de las actividades públicas se mantenían por:
  • las aduanas
  • el ager publicus (que se arrendaba)
  • un impuesto del 5% sobre manumisiones

La leva eran las unidades básicas de infantería militar y podían ser:
  • dilectus: reclutamiento forzoso pero con excepciones.
  • tumultus: no es un reclutamiento ordenado; se realiza en tiempo de máximo peligro donde tienen que acudir todos sin ningún tipo de excepción.

El censo romano

Tres textos distintos, de Cicerón, Livio y Dionisio de Halicarnaso, describen, en términos elogiosos, la jerarquización del cuerpo ciudadano, establecida por Servio Tulio, el sexto rey de Roma. Este rey, al parecer, distribuyó a la población en cinco clases en función del patrimonio y atribuyó a cada clase un número determinado de centurias (unidad de infantería del ejército romano que constaba de 80 hombres), del modo siguiente (ateniéndosnos a la disposición de Livio, de la que discrepa Dionisio en varios puntos concretos):
  • 1ª clase: patrimonio mínimo, 100.000 ases. Le corresponden 80 centurias (40 de iuniores y 40 se seniores). Se añaden a ellas 2 centurias más de artesanos.
  • 2ª clase: 75.000 ases. 20 centurias (10 de i. y 10 de s.).
  • 3ª clase: 50.000 ases. 20 centurias (10 + 10)
  • 4ª clase: 25.000 ases. 20 centurias (10 + 10)
  • 5ª clase: 11.000 ases (Dionisio da 12.500 ases). 30 centurias (15 + 15)
Se añaden dos centurias (3 según los códices, corregidos por los eruditos para hacer coincidir los números con los que da Dionisio), de músicos (tocadores de cuerno y trompeteros).
Quienes tienen un patrimonio inferior a 11.000 ases se agrupan en una única centuria. Se les denomina proletarii o bien capite censi. A todo ello se le añaden las 18 centurias de equites, con los que obtenemos una cifra final de 193 centurias (194 si no aceptamos la enmienda de los códices). Este esquema es escrito seis siglos más tarde.

Livio (1, 43, 1-9):
Con aquellos que tenían un censo de cien mil ases o más [Servio Tulio] reunió ochenta centurias -cuarenta de mayores y otras tantas de jóvenes- denominadas todas “primera clase”; los mayores para que se preparasen a defender la ciudad, los jóvenes para que hicieran la guerra en el exterior. Sus armas obligatorias eran el casco, escudo redondo (clipeus), grebas, coraza, todas de bronce, para proteger su cuerpo, y para atacar al enemigo, lanza y espada. Se añadieron a esta clase dos centurias de artesanos, que servían sin armas, encargados de transportar máquinas de guerra. La segunda clase se estableció entre los cien mil y los ochenta y cinco mil de censo, y con ellos, mayores y jóvenes, se reunieron veinte centurias. Armas obligatorias, el escudo largo (scutum) en lugar del redondo (clipeus), y salvo en que no tenían coraza, igual en todo lo demás. La tercera clase la fijó hasta los cincuenta mil de censo, con igual número de centurias y separación de edades. Tampoco cambió mucho las armas, sólo les quitó las jambas -tipo de armadura para las piernas, del francés jambe-. La cuarta clase, hasta veinticinco mil de censo, con el mismo número de centurias, pero distintas armas: sólo les dió lanza y venablo. La quinta clase era mayor, reunía treinta centurias, que llevaban consigo hondas en dos centurias; estableció en once mil el censo de esta clase. Quienes tenían menos de esta última cifra, el resto de la multitud, la reunió en una sola centuria, exenta de servicio militar. Una vez armada y distribuida de este modo la infantería, anotó doce centurias de caballería, de entre los primeros de la ciudadanía. Añadió otras seis centurias, a partir de las tres instituidas por Rómulo, consevando los mismos nombres con los que habían sido creadas.

Lo primero que hay que decir es que este esquema no puede reflejar la situación existente a mediados del siglo VI a.C. El propio Livio dirá más adelante que los romanos comenzaron a utilizar el escudo largo, abandonando el redondo, debido a las modificaciones provocadas por la reforma del ejército que introdujo los manípulos (compuesta por dos centurias), de fecha dudosa, pero no anterior a fines del siglo VI a.C. (Livio 8,8,3).
La distribución en clases se apoya sobre el as sextantal introducido a finales del siglo III a.C., cuando, como consecuendia de la devaluación, el as pasó a valer, no una libra romana, sino dos onzas de libra (un sextante) y diez ases equivalían a un denario. Como Dionisio de Halicarnaso da las cifras correspondientes en moneda griega (en minas) sobre la base de 1 dracma=1 denario, se infiere en que su versión de la reforma serviana, coincide con la de Livio, emplea el as sextental como medida de cálculo. Sin duda cabe pensar que Dionisio se equivocó al echar cuentas y pasar del sistema romano al griego. Además el sistema no es exclusivamente militar, sino que está orientado a distribuir de manera proporcional las cargas, tanto militares como tributarias, y los votos en la asamblea por centurias: ningún sentido tendría, en caso contrario, asignar un cierto número de centurias a los mayores (seniores) o a quienes están exentos del servicio militar. Esto revela que las centurias son unidades de voto y, por lo tanto, corresponden a un momento posterior.

El sistema vigente en la Roma del siglo VI tuvo que ser mucho más simple, tal y como parece indicarlo un texto de Aulo Gelio (Noches áticas 6,13):
Se llamaban classici no todos los que estaban en las cinco clases sino sólo los hombres de la primera clase, los que tenían un valor censitario superior a los ciento veinticinco mil ases. Se llamaban infra classem los de las segunda clase y todos los restantes, que se censaban por un valor inferior a la suma que he dicho.

Lo que nos interesa ahora es establecer la situación vigente en los siglos II y I a.C, algo sobre lo que estamos pesimamente informados. El siguiente esquema no es válido para el siglo VI a.C, pero tampoco para el momento que escribieron nuestros informadores.
Sabemos que se estableció un vínculo entre las centurias y las treinta y cinco tribus territoriales (que se suele datar entre las dos guerras púnicas, o en otros casos en el 179 a.C), la última de las cuales fue creada en el 241 a.C. Basándose en un pasaje de Livio, un monje del siglo XVI, Ottaviano Pantagato, de Brescia, concluyó que en cada clase había 70 centurias, a razón de dos por tribu (una de seniores y otra de iuniores). El total de centurias sería, en tal caso, 373 = 5 clases x 70 centurias + 18 centurias ecuestres + 5 sin armas. [2 centurias x 35 tribus 70 centurias x 5 clases +18 + 5 373]. El descubrimiento en el siglo XIX del palimpsesto en el que se contenía De re publica de Cicerón hizo inviable, en principio, la propuesta de Pantagato:
“(...) veis que (…) las centurias de equites junto con los sex suffragia y la primera clase, si les añadimos la centuria de carpinteros tan necesarios para la ciudad, suman 89 centurias: basta que ellas se añadan otra 8 de las 104 restantes para que se alcance la mayoría” (2,22,39).
Se sigue necesariamente de aquí que el número de centurias era 193, no 373, y que la primera clase contaba con 70.

Para resolver este problema Mommsen propuso una versión modificada del esquema de Pantagato: el número hipotético de centurías sería 373, pero a la hora de votar, las de las clases II-V se agrupaban, de una forma que desconocemos, en sólo 100 centurias, que sumadas a las 70 de la primera clase más las 18 ecuestres y las 5 sin armas arrojan un total de 193. Esta teoría no fue muy bien acogida en su momento, hasta que en 1946 con el descubrimiento de la tabula Hebana, en Italia, del año 19 a.C., se mostró que en ella, los senadores y equites de 33 tribus se distribuyeron para votar en 15 centurias, agrupándose de dos en dos o de tres en tres.


Tras este análisis, sólo queda clara una cosa: no conocemos cual era la división en clases y centurias en los siglos II-I a.C. Podemos decir que el número total era 193, que las tribus y las centurias estaban relacionadas y que las únicas cifras conocidas son las de la primera clase (70) y las ecuestres (18). Y lo que es más grave, ignoramos cuales eran los límites patrimoniales que separan las distintas clases, porque las cifras dadas por Livio, Cicerón y Dionisio son expresadas en ases y no pueden corresponder de modo alguno a la realidad de finales de la República.


Ahora veremos, como mediante el censo se conforma el sistema político romano. El criterio para efectuar el reparto de los cargos en Roma era la riqueza. Conforme a ella se establecían las clases y las centurias y en función de estas últimas se procedía, originariamente, a la distribuación de la carga impositiva, de la leva militar y de las magistraturas.

Livio (1,42,5):
(Servio) “estableció el censo (…), a partir del cual las cargas de la guerra y de la paz ya no se repartieron igualitariamente entre todos, como antes, sino según la riqueza”.
Luego, tras hacer una referencia a los impuestos añade (1,43,9):
“todo esto eran cargas que los pobres echaron sobre los ricos. Pero luego (Servio) añadió los honores. No hizo como se cuenta que establecieron los reyes desde Rómulo, a saber, dar con el sufragio universal el mismo poder y los mismos derechos a todos indistintamente, sino que estableció grados, de modo que ninguno pareciera quedar excluído del voto y todo el poder estuviese en manos de los principales de la ciudad”.

Como mostró Nicolet, ese consenso básico en cuanto al reparto tanto de las cargas como de los privilegios se mostró singularmente fuerte en la época de la expansión de Roma, pero en el siglo I a.C., había desaparecido, al desplomarse dos de los tres pilares básicos sobre los que se apoyaba: el ejécito, desde la reforma de Mario, son los proletarii quienes más aportan, no la primera clase, y en cuanto al tributo, todos los ciudadanos romanos están exentos desde el 167 a.C. Habían desaparecido las cargas que pesaban especialmente sobre los más ricos, pero se mantuvieron los privilegios. De forma muy llamativa, sólo a estos últimos alude Cicerón al comentar, la forma serviana: “Hizo que los votos no estuviesen en poder de la multitud, sino de los ricos, atendiendo a algo que siempre ha de preservarse en una res publica: que lo muchos no puedan mucho” (De republica 2,22,39). Gracias a la distribución de las centurias, bastaba con los votos de la primera clase, junto con las centurias ecuestres y algunas de la segunda para obtener la mayoría. De este modo, se conseguía que los integrantes de las 96 centurias restantes “ni sean privados de voto, lo que sería tiránico, ni tengan excesivo poder, lo que sería peligroso” (2,22,39).


El censo, pues, adscribe al ciudadano su lugar en la sociedad, le asigna su parte en la distribución de las cargas y privilegios comunes. El censo se realizaba cada cinco años por los censores y se celebraba una ceremonia que terminaba con una purificación (lustrum condere) en la que se practicaba la suovertaurilia, donde se sacrificaba un cerdo, un toro y un carnero que previamente habían dado una vuelta en torno al pueblo romano (similitud con el rito que se celebraba para trazar los límites de la ciudad, el pomerium). Se realizaba en el Campo de Marte, fuera del pomerium, en un edificio llamado villa publica. Al censo tenía que acudir el pater familias que se declaraba a él, a su mujer, a sus hijos y sus bienes. Las viudas y los huérfanos iban en una lista a parte. No pagaban tributo pero estaban sujetos al pago de una contribución especial que se empleaba en alimentar y cuidar a los caballos públicos asignados a las 18 centurias ecuestres.
Quien no se inscribiera en el censo, no solo perdía su condición de ciudadano, sino que era vendido como esclavo; recíprocamente era posible obtener la manumisión del esclavo inscribiéndolo en el censo.
La tarea de los censores consistía, pues, en consignar a cada ciudadano en la tribu a la que pertenece por nacimiento y la clase apropiada en función de su patrimonio.
 
 
 
 
Bibliografía:
- LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Pedro y LOMAS SALMONTE, F. Javier. Historia de Roma. Akal, 2004.